El movimiento feminista del 2018 no surgió de la noche a la mañana. Desde hace varios años que venían gestándose inquietudes y sensibilidades feministas. En las movilizaciones estudiantiles de 2011 ya se escuchaba la consigna de "educación no sexista". En 2015 comenzaron a aparecer reiteradas denuncias de acoso y abuso sexual cometidas por profesores y compañeros al interior de los espacios educativos, constituyéndose Secretarías de Género en diferentes liceos y universidades. El año 2016 se creó la COFEU (Coordinadora Feminista Universitaria), que nació como una comisión de Género al interior de la CONFECH, pero que luego se autonomizó y empezó a levantar sus propias demandas.
Asimismo, en 2016, una oleada de violencia patriarcal sacudió a América Latina, agudizando el clima de indignación entre las mujeres y fortaleciendo la organización feminista en nuestro país. Lo anterior se expresó en la masividad que alcanzó la primera marcha del movimiento Ni Una Menos en Chile, en octubre de 2016. Por otra parte, la serie de denuncias de abuso sexual en Hollywood durante 2017 -conocido como el movimiento "Me Too"- y el conocimiento de la sentencia del caso "La Manada" en España, en abril de 2018, fueron antecedentes externos que también contribuyeron al estallido feminista de 2018 en nuestro país.
El movimiento se originó en los espacios educativos, pero se diferenció claramente de las orgánicas y movilizaciones estudiantiles de años anteriores, porque se trató de un movimiento donde el feminismo ya no fue una perspectiva accesoria y sectorial, sino que se articuló como "un prisma transversal para analizar la totalidad de la política" (1). En este sentido, las movilizaciones de 2018 rompieron con las lógicas de los movimientos sociales de las recientes décadas.
Las feministas del "mayo chileno" partieron por visibilizar la violencia sexual en los espacios educativos, exigiendo que sus instituciones adoptaran protocolos para garantizar la prevención, sanción y reparación a las estudiantes agredidas. Pero también denunciaron la educación sexista propiciada por un sistema a la vez patriarcal y capitalista, demandando una transformación estructural de la sociedad.
En efecto, fue un movimiento que enfatizó la interseccionalidad de las luchas feministas. Por ejemplo, incorporó las demandas de las disidencias sexuales, abogando por una educación que incluyera a las expresiones de género no binarias. Se hizo cargo de problemáticas como el racismo al interior de las universidades y de la sociedad en general. Desarrolló un enfoque triestamental, donde tuvieron cabida tanto estudiantes como académicas y trabajadoras. Fue pluriclasista e intergeneracional.
Muchas de las tomas feministas del 2018 fueron separatistas o, al menos, generaron instancias de deliberación únicamente de mujeres (incluyendo en muchos casos a las disidencias sexuales). Era importante, afirmaba Araceli Farías -dirigenta de la Universidad Católica de Chile- "plantear que era una lucha que debiesen impulsar las mujeres y no los compañeros, entendiendo que no están excluidos de la movilización, pero no son ellos quienes deben llevar el liderazgo" (2). Así, se articularon por medio de asambleas de mujeres y disidencias, que fueron espacios autónomos, democráticos y horizontales.
Las feministas de 2018 alteraron las formas tradicionales de hacer política, aquellas maneras tan masculinas, discursivas y orgánicas. En el mayo feminista la política se vivió en asambleas, círculos de mujeres, talleres de ginecología natural, clases de danza, etc., instalando nuevos códigos políticos que diluyeron las fronteras entre lo público y lo privado, entre el discurso y la práctica.
La revuelta feminista, con su masividad y su explícita diversidad, desbordó todo tipo de institucionalidad, sobrepasando la capacidad de cualquier orgánica para canalizar las demandas del movimiento (3). De hecho, las distintas asambleas de mujeres y disidencias enfrentaron serias dificultades para poder articularse a través de una coordinación que permitiera instalar las reivindicaciones feministas a nivel nacional. Con todo, lograron no sólo cambios institucionales en materia de educación no sexista, sino sobre todo una transformación cultural y de sensibilidades. En palabras de Julieta Kirkwood, "el feminismo se hizo palabra y sentido común".
Notas:
(1) Emilia Schneider en "Mesa de conversación. Nuevas voces, nuevos enfoques y nuevos temas en la discusión feminista". En: Revista Anales Universidad de Chile, Séptima Serie, N°14/ 2018, p. 221.
(2) Araceli Farías en "Mesa de conversación. Nuevas voces, nuevos enfoques y nuevos temas en la discusión feminista". En: Revista Anales Universidad de Chile, Séptima Serie, N°14/ 2018, p. 223.
(3) "… es algo que quizás no pudimos tomar de la manera más adecuada, es algo que nos rebalsó como representantes. Porque también dentro del espacio mismo hubo un cuestionamiento muy potente hacia la representación institucional y hacia la forma en que se construía política en las universidades, en los espacios educativos" (Araceli Farías). "Mesa de conversación. Nuevas voces, nuevos enfoques y nuevos temas en la discusión feminista". En: Revista Anales Universidad de Chile, Séptima Serie, N°14/ 2018, p. 223.
Todas las imagenés siguientes son del Archivo Mujeres y Géneros, Fondo Registro Tomas Feministas 2018.