Andrés Bello, falleció el 15 de octubre de 1865. Durante los últimos años, su salud física mermó bastante por diversas razones: sus hábitos de trabajo, fundamentalmente de escritorio lo llevaron a una vida sedentaria que, sumada a una dieta descuidada, "de comida pesada como señaló su nieto", hizo que aumentara mucho de peso. También consumía abundante café, de preferencia venezolano y fumaba todo el tiempo, habanos cubanos. Este modo de vida, le produjo una creciente parálisis en sus piernas, al punto de necesitar apoyo de alguna persona para desplazarse desde una habitación a otra.
Quienes tuvieron contacto con él durante esta etapa, como los estudiantes de la Universidad de Chile, quienes concurrían a sus clases o conversaciones sobre Derecho Civil o legislación internacional; los funcionarios de gobierno que debían llevar o recoger los documentos oficiales redactados por él o sus contadas amistades como los Egaña, lo recuerdan trabajando largas jornadas, a veces días enteros, en el despacho de su casa en la actual calle Catedral, acompañado únicamente de su gato regalón, un habano y una taza de café en sus manos.
Su estado general, comenzó a empeorarse a comienzo de septiembre de 1865. Una bronquitis le atacó comprometiéndole ambos pulmones, y si ello no fuera suficiente se contagió de tifoidea como consecuencia de una epidemia que por entonces se extendía por todo Santiago. Y aunque se recuperó de estas dolencias, la inamovilidad mantenida por de semanas, le produjo una gangrena en el hueso sacro dejándolo postrado de manera definitiva. Así sus fuerzas fueron decayendo, hasta que entró en coma a mediados del mes de octubre.
Su muerte impactó al país y la prensa de esos días reflejó el sentimiento que embargaba a todos los sectores de la sociedad chilena: "Santiago está de luto", "Es una desgracia nacional", "Con él ha perdido Chile i la América entera el sabio más universal i más distinguido que haya producido nuestro Continente"(1).
El gobierno del presidente José Joaquín Pérez, dispuso todo lo necesario para brindarle a don Andrés Bello un funeral de Estado, acorde a la valía del ilustre venezolano de nacimiento, al chileno por adopción y al americano, por la trascendencia de su obra intelectual. También, el ejecutivo estableció que todos los funcionarios de la administración pública, desde ministros de estado hasta el más modesto empleado, asistieran a los funerales.
El féretro, con los restos de Andrés Bello, fue trasladado desde su casa hasta la Iglesia Catedral la tarde del día 16, rodeado de un cortejo fúnebre compuesto su esposa Isabel Dunn e hijos y los estudiantes de la Universidad de Chile, además de la comitiva oficial del gobierno. En la Catedral, que para estos efectos fue tapizada de negro, se depositó el ataúd para que esa noche fuera visitado por todos quienes desearan darle su último adiós. La Homilía estuvo a cargo del canónigo José Manuel Orrego, decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Chile, en reemplazo del Arzobispo de Santiago don Rafael Valentín Valdivieso que se encontraba enfermo.
Para el 17 de octubre fue programado el acto en el Cementerio. La caminata hacia este recinto fue acompañada de numerosas personas, un diario del día siguiente llegó a establecer la concurrencia en más de diez mil personas. El carro que llevaba el ataúd de Bello, que debía ser tirado por caballos, fue tomado por los estudiantes de la Universidad de Chile, quienes lo llevaron por las calles de Santiago, con la fuerza de sus brazos. El cuerpo de Bello, vestido a la usanza universitaria, podía ser contemplado por todo el público apostado a ambos costado del recorrido.
Los discursos en su honor, estuvieron a cargo de los más destacados representantes del conjunto de ámbitos en los que Bello fue su alma fundacional: Federico Rázuriz Zañartu, Ministro de Instrucción Pública, Miguel Luis Amunátegui, Secretario General de la Universidad de Chile, Manuel Antonio Tocornal, en representación del Congreso Nacional, e Ignacio Domeyko, representante del Consejo Universitario. Cada discurso, resaltó las cualidades de Bello, en especial de su obra intelectual y académica.
Errázuriz Zañartu, resaltó especialmente su labor de sabio investigador y gran jurista. Amunátegui, centró sus halagos en los aportes como poeta, "el primero de los literatos...hispanoamericano". Manuel Antonio Tocornal, quien lo sustituiría luego como Rector de la Universidad de Chile, más escueto que los anteriores, señaló en latín "no hay elogio digno de tan grande hombre". Finalmente Ignacio Domeyko, lo destacó como un hombre de profunda fe católica y un gran cristiano.
Autor: Monvoisin, Raymond, 1790 ó 3-1870
Tipo: Lámina
Año: 1781 1865
Los rasgos resaltados en los funerales de Bello los reflejó muy bien en vida. Sus pasatiempos preferidos, cuando dejaba sus labores académicas, culturales y políticas, fueron el teatro, la ópera y los paseos a la hacienda de su amigo, Mariano Egaña en Peñalolén, donde paseaba en caballo o escribía poesía durante sus caminatas. Su pasión por el teatro contrastó, por ejemplo, con su frontal rechazo hacia las fondas y chinganas, donde el pueblo celebraba feriados religiosos, santorales y casamientos. Bello no trepidó en llamarlas "burdeles públicos" y esforzándose al máximo para que se controlaran, ojalá terminarlas por ley, para que la gente optara por asistir al teatro.
A su muerte Bello ya gozaba de un enorme prestigio, lo había obtenido gracias a una extensa labor universitaria, en su producción intelectual en los variados ámbitos ya mencionados. Su funeral, ratificó el agradecimiento que Chile sentía por su vasta obra. Pero también fue el instante para elevarlo a la condición de héroe, como miembro destacado de nuestro panteón republicano chileno y americano, junto a José Miguel Carrera, Bernardo O'Higgins y Diego Portales, Francisco Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín, respectivamente. La publicación de sus obras completas en 1881, para celebrar el centenario de su nacimiento, desencadenaron numerosas investigaciones especializadas que cubren la gramática, la filología, el derecho civil, la historiografía y la poesía, entre otros.
Incluso, Bello fue gran impulsor de la creación de lo que hoy es el Archivo Nacional de Chile. Cuando se discutía en el Congreso, el proyecto enviado por el Presidente Manuel Bulnes en 1844, de la necesidad de contar con una institución que reuniera las nuevas y necesarias estadísticas del país, Bello abogó por su creación de esta Oficina Nacional de Estadísticas, la que tendría como parte integrante un Archivo Nacional. Señala Bello: "que toda nación que apreciara imitar a los países civilizados, debía contar con una institución que conservara el acervo estadístico y documental del país para su posterior consulta y estudio".
Entre el actual acervo patrimonial que resguarda el Archivo Nacional Histórico, se encuentran varias cartas escritas por don Andrés Bello prácticamente desconocidas, y también numerosos documentos oficiales redactados por él, todos como testimonios de su gran aporte a nuestro país. Aquí se entregan en soporte digital para su difusión a todos quienes deseen leerlas.
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(1) Jaksic, Iván: "Andrés Bello: La pasión por el orden". Editorial Universitaria, pág. 259.
Fuentes:
- Fondo Varios, volumen N° 836
- Archivo Santa María, Pieza N°515