República de Chile
Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública
Viña del Mar, 6 febrero de 1877
N° 547 Considerando:
1° Que conviene estimular a las mujeres a que hagan estudios serios y sólidos;
2° Que ellas pueden ejercer con ventaja algunas de las profesiones denominadas científicas;
3° Que importa facilitarles los medios de que puedan ganar la subsistencia por sí mismas;
Decreto:
Se declara que las mujeres deben ser admitidas a rendir exámenes válidos para obtener títulos profesionales con tal que ellas se sometan para ello a las mismas disposiciones a que están sujetos los hombres.
Comuníquese y publíquese"
Miguel Luis Amunátegui
La educación superior para las mujeres chilenas
Una declaración de intenciones, aparentemente tan simple como esta, trajo aparejadas grandes modificaciones de tipo social y administrativo. En lo administrativo, fue necesario modificar algunas disposiciones muy antiguas acerca de inhabilidades de las mujeres para ciertas actividades, como por ejemplo, disponer autonomamente de sus propios bienes o para actuar en juicios u otras instancias administrativas públicas. Así, la primera abogada Matilde Throup (titulada en 1892), debió vencer grandes obstáculos para acceder a cargos públicos como abogada en los juzgados y notarías por cuanto las leyes vigentes lo prohibían. Lo mismo ocurrió con las primeras dos médicos, las célebres Eloísa Díaz y Ernestina Pérez, quienes dentro de la profesión pudieron acceder solo al ejercicio de algo que las mujeres venían haciendo desde tiempos inmemoriales, es decir, parteras, actividad que ahora se conoce con el nombre de médico obstetra.
En lo social, varias mujeres se incorporaron lentamente a los estudios superiores y muchas razones explican la lentitud inicial.
En primer lugar, los siglos de postergación intelectual y reclusión en sus casas o en los conventos de las mujeres, hicieron difícil que las jóvenes se animaran por sí solas a mejorar las condiciones intelectuales que sus madres, abuelas y todas sus antepasadas habían tenido. Particularmente el condicionamiento cultural de género de las mujeres conocido como "ser para otros", llevaba a muchas de ellas a creer que su rol en este mundo era ser esposas y madres antes que, profesionales o técnicas. Así, resulta siempre admirable recordar a las mujeres anónimas y otras más conocidas como Rosario Orrego de Uribe, fallecida en 1879, la primera novelista y poeta chilena, o como Carmela Jeria, una tipógrafa porteña fundadora del primer periódico feminista en 1904, quienes a pesar de las limitaciones mencionadas, supieron desarrollar proyectos intelectuales autónomos.
En segundo lugar, como hasta entonces la convención social establecía una estricta separación entre hombres y mujeres, se interpretaba que una mujer sola y sin alguien de respeto que la acompañara en reuniones con hombres, era alguien que buscaba aventuras sexuales sin compromisos perdurables. De manera que estas primeras estudiantes iban acompañadas a la universidad por sus madres, tías o abuelas quienes se sentaban a su lado para garantizar la pureza de las intenciones de la joven. Es obvio, que no eran muchas las que estaban en condiciones de ostentar ese grado de compromiso familiar, para alcanzar sus objetivos.
En tercer lugar, las escuelas no eran mixtas, es decir, había escuelas para señoritas algunas de las cuales tenían niveles medios (humanidades como se conocían por entonces), pero no había disponibilidad de profesoras con los conocimientos apropiados a ese nivel de exigencia, sino de manera muy excepcional; doña Isabel Lebrún de Pinochet era una de ellas. Recordemos que algunas mujeres notables de la época fueron absolutamente autodidactas, como Gabriela Mistral por ejemplo. Por tanto, las jóvenes que deseaban estudiar debían hacerlo en los liceos masculinos a los que no podían asistir por las razones expuestas, salvo para dar sus exámenes. Así que las jóvenes, como Amanda Labarca, Elena Caffarena o incluso quien llegara a ser primera dama Rosa (Mity) Marckmann de González Videla, debieron estudiar los niveles medios en sus casas con institutrices o profesores particulares y luego dar los exámenes en los liceos de hombres, para alcanzar la licencia que les permitía estudiar en la Universidad.
Así que, como se observa, la incorporación de las mujeres al mundo de los estudios no fue, ni con mucho, instantáneo y que, las escasas valientes que iniciaron este camino debieron cargar siempre con el peso extraordinario, que es el haber partido con una enorme desventaja en condiciones culturales, educativas y sociales, frente a sus pares masculinos por el simple hecho de haber nacido mujeres.
Vaya para ellas, nuestro gran homenaje en el Día Internacional de la Mujer.
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