Si bien, al inicio las iglesias autorizaban sólo los entierros a los miembros de la realeza, nobles, jerarquía eclesiástica y a hombres de fe, ricos, honrados y virtuosos, con el tiempo, bastó poseer los recursos económicos suficientes, para ser sepultado en los recintos religiosos. Así los preceptos teológicos y jurídicos que regían el ceremonial mortuorio colonial, fueron perdiendo el sentido doctrinal original, debido al esfuerzo de los parientes por reflejar el estatus social del personaje. Se produjo con ello, un aumento de los cadáveres en los recintos religiosos, junto al hecho que los cuerpos eran sepultados sin mayores cuidados higiénicos, como ataúdes poco herméticos, fosas superficiales o uso insuficiente de cal para evitar que los olores de la putrefacción no emanaran hacia el interior del templo, donde diariamente concurrían a misa los devotos, provocando con ello infecciones y, en ocasiones, epidemias.
El deterioro de las prácticas simbólicas en el camposanto, afectaron de tal modo, que se hizo indispensable el accionar estatal, que buscando mejorar las condiciones del entierro de cadáveres, contribuyó al introducir el germen del cambio, en el conjunto de las actitudes de los vivos hacia la muerte.
Entonces, el "lugar de la muerte", fue desplazado extramuros de la Iglesia, en un proceso lento y de larga duración, en que la mentalidad católica-barroca, perdió progresivamente terreno, pero que igualmente mantenía la hegemonía del imaginario social de los chilenos del siglo XIX, como lo demuestran el intento de Ambrosio O'Higgins, de construir un cementerio general, proyecto que recién se concretó en el año 1821 por Bernardo O'Higgins, y que permaneció, durante décadas como una iniciativa pública para terminar con el cementerio católico ya que tiempo después, no hubo ninguna iniciativa gubernamental, para construir nuevos cementerios públicos.
Es así, que el Cementerio General fue inaugurado por Bernardo O'Higgins el 9 de diciembre de 1821.
Su construcción, fue posible, gracias a la cesión de derechos de extracción de hielo para las heladerías. Originalmente no se podían enterrar a los protestantes, llamados disidentes en esa época, y recién en 1854 se crea el Patio de los Disidentes Nº 1. El decreto de cementerios de 1871 establece la sepultura sin distinción de credo en un espacio debidamente separado para los disidentes y permite la creación de cementerios laicos con fondos fiscales o municipales que debían ser administrados por el Estado o el Municipio.
Nuestro Archivo Nacional de Chile conserva copias de dos notas sobre su establecimiento que datan de 1820.
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Fuentes: Archivo Nacional de Chile; Memoria Chilena