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Escuelas Misionales

Alumnos de la Escuela Misional de Lanco, hoy Escuela San Francisco. Junto a los estudiantes se encuentra el director del establecimiento, Pedro Valenzuela, y el profesor Julio Campana. Año 1935. (Memorias del siglo XX


Cuando la emancipación de la corona española fue conseguida, los nuevos líderes se dispusieron a la tarea de alzar un proyecto de Estado Nación, que diera cuenta de sus intereses, el que debía incorporar a todos los habitantes del territorio, incluidas las zonas que eran habitadas principalmente por comunidades indígenas. En dicho contexto, el sistema educativo fue considerado como un instrumento que permitiría la homogeneización cultural y, por consiguiente, la “civilización de la barbarie”, a la vez que les facilitaría mantener un control estratégico de aquellos territorios al sur del Biobío. En muchos sentidos, estas premisas representaron una suerte de misión histórica o una fórmula para dar curso a un sistema económico y social que requería de avanzar sobre dichos territorios, una versión renovada de conquistar, poblar y sustentar estos dominios al sur del Biobío.

Para ello, la recomposición de las misiones diezmadas durante el proceso de independencia, fue la estrategia consignada, intencionando su restablecimiento en algunas zonas como Chillán (1832) o bien creando nuevas en aquellas regiones donde fuera necesario. En ese escenario, operaron dispositivos de negociación con las comunidades mapuches, así como con las congregaciones que deberían llevar a cabo la tarea: franciscanos, jesuitas y capuchinos, no sólo para internarse en los territorios, sino también para lograr las confianzas que permitieran la efectividad educativa.

La tarea educacional de estas escuelas misionales se vería interpelada por la política educacional que iniciaba el Estado y sus autoridades en el cual, a los intentos por aumentar la cobertura de la educación primaria se le sumaba la idea de profesionalizarla, por lo cual la difusión y enseñanza de la doctrina no eran suficientes, sino que era necesario incluir aspectos básicos de escritura y lectura en español, así como nociones aritméticas.

Estas escuelas eran parte del aparato público y consideradas como tales, para efectos de su fiscalización. No obstante, su efectividad estuvo siempre en entredicho por las autoridades de la época ya fuera por su escasa cobertura y asistencia que ellas evidenciaban, así como por su alejamiento de los métodos pedagógicos que se intentaban instalar a partir del impulso modernizador de la educación que se estaba llevando a cabo. En muchos sentidos, las escuelas misionales no cumplían cabalmente la función evangelizadora propiamente tal y muchos menos la pretendida instrucción. Al respecto resultan interesantes los trabajos de Sol Serrano (1995; 2013) y Daniel Cano (2010), entre otros.

En este contexto, el decreto sobre Escuelas Misionales que se presenta, da cuenta de una iniciativa del gobierno del presidente Bulnes por estimular la educación de las poblaciones indígenas a partir de una serie de estipendios y obligaciones que debían cumplir estos establecimientos, mismas que se fortalecerían desde 1850 en adelante. Dejando entrever la ineficacia del tutelaje de las misiones hasta ese entonces, idea que es consistente con el espíritu civilizador de la época.

Asimismo, el lenguaje civilizador de este decreto señala como el foco de su preocupación del Estado la educación de los hijos de los indígenas, énfasis al que años más tarde se le sumarán otros grupos como los de las mujeres y adultos de las comunidades, toda vez que el éxito de esta política resultara muy discreto.

Ahora bien, resulta fundamental dentro del contenido del texto la estrategia de incentivos y también de sanciones pecuniarias consignadas para mantener y acrecentar la presencia de jóvenes indígenas, sentando dichos estímulos de manera directa en los maestros y los misioneros. Costes considerados dentro del presupuesto consignado para el fomento de la educación primaria.

Conjuntamente, pone sobre ellos el escrutinio, acusándoles de indolencia cuando no lograban conservar la exigencia de cantidad de niños, por ello la obligación de rendir informes y validarlos a través de diversas autoridades. Se establece, además, un pago sobre la base de la asistencia, así como importes extras en aquellos casos en los que los niños se mantengan en la misión, como una forma de evitar que desertaran por la lejanía entre sus casas y la escuela, así como considera también recursos para materiales que serían utilizados por los niños, lo que es consistente con la idea de que la escuela misional, no debía ser sólo un espacio evangelizador, sino también, en alguna medida educador.

Así el valor de este documento se constituye a partir de conceptos referenciales de una lógica modernizadora tanto cultural como económica que reconfiguraba los espacios relacionales e identitarios del mundo mapuche.

Boletines de Leyes; Páginas 174-177/20 de mayo de 1847

Autor: Eliana Urrutia Méndez, Académica USS


Bibliografía

Cano, D. (2010). La demanda educacional mapuche en el período reduccional (1883-1930), Revista Pensamiento Educativo, Vols. 46-47, 2010. pp. 317-335

Egaña, M. (2000). La educación primaria popular en el siglo XIX en Chile; una práctica de política estatal. DIBAM. LOM Ediciones. Chile.

Serrano, S. (1995). De escuelas indígenas sin pueblo a pueblos sin escuelas indígenas: La educación en La Araucanía en el siglo XIX, Revista Historia, Vol. 29, Santiago, Chile.

Serrano, S., Ponce de León, M. y Rengifo, F. (2013) Historia de la Educación en Chile (1810-2010). Tomo I. Aprender a leer y escribir (1810-1880). Santiago de Chile: Editorial Taurus.